lunes, 25 de diciembre de 2006

Palabras de J. M. Sanguinetti


El martes 2 se cumplieron 10 años del fallecimiento de Washington Cataldi, diputado batllista y relevante dirigente deportivo. Con ese motivo se le tributó un homenaje junto a su sepultura y, en la hora previa de la sesión ordinaria de la Cámara Alta, el expresidente y senador Julio María Sanguinetti se refirió a su figura y trayectoria en los siguientes términos:

Se cumple hoy una década del fallecimiento de una figura muy relevante en la vida del país de los últimos años: el señor Washington Cataldi, político, empresario, dirigente de fútbol de formidable impronta. Tuvo en la vida de este país una gran presencia popular; pero mucho más allá de ello, fue un realizador de sorprendente calibre. Tuve el privilegio de su amistad y, por lo tanto, todas mis palabras están teñidas, no sólo por el afecto, sino también por la admiración que le supe tener a lo largo de tantos años, en lo personal, por su estilo llano, inteligente, chispeante, que le hacía transitar en todos los ambientes de la vida social con el mismo lucimiento.
En lo que tiene que ver con sus características personales, siempre lo recuerdo en su célebre carpintería, llenando gigantescas planillas de obras que presupuestaba hasta el milímetro, sobre todo en los años en que trabajaba para la empresa Pintos Risso, principal constructora de nuestro país en ese entonces. Tenía una inverosímil capacidad para los números —para la aritmética, para las matemáticas—, que sustituía a cualquier máquina.

Fue un legislador formidable, de características singulares, a quien los viejos legisladores recuerdan por su labor, particularmente en las Comisiones de Presupuesto. Tenía amigos en todas las bancadas; siempre encontraba las fórmulas conciliadoras. Sacaba su lapicito y empezaba a convencer a los Ministros de Economía de “una comita más para aquí” o “una comita más para allá” —expresiones usuales en él—, tratando de ir enhebrando votos, juntando voluntades y conciliando gente.
No era el parlamentario de la polémica; era el diputado de los resultados, un legislador con esa característica peculiar cuya inteligencia e imaginación siempre le permitían hallar la fórmula providencial.

Cuando fui Ministro de Industria, de 1969 a 1971, colaboró conmigo como Subsecretario. Fue para mí una decisión más que acertada; fue un goce trabajar con alguien de esa creatividad. Desde ya que tema que le encargaba, me olvidaba. No se sabía cómo, pero él siempre encontraba una salida para que los empresarios, el mercado internacional o los trabajadores de algún modo pudieran conciliarse para hallar los caminos de solución, en una inverosímil capacidad para hacerlo. Recuerdo en aquellos años a la industria automotora, a la industria del azúcar, todos temas que yo, como Ministro, le delegaba y me olvidaba, pese a que se trataba de asuntos particularmente polémicos.

En la vida deportiva marcó un jalón, desde luego que en la vida de Peñarol, pero también más allá. Es el hombre que incorpora nuestro fútbol —que fue internacional desde el año 1924—a un nuevo concepto que nacía: el fútbol espectáculo que, a través de la televisión en colores que en ese momento estaba apareciendo, adquirió el fenómeno que hoy llamamos globalización, de la cual este deporte es uno de los elementos más característicos. Esto es algo que todos sabemos por experiencia de nuestras vidas, cuando los fines de semana alternamos y compartimos los mismos partidos en España, en Italia, en Inglaterra, en Argentina y en Uruguay, fenómeno este que él anticipatoriamente vio. Tanto es así que hoy narraba para una televisora que me interrogaba al respecto, que la primera vez que oí nombrar al Sr. Berlusconi fue a Washington Cataldi. Eran los años de la dictadura y él había imaginado aquel fenómeno de la Copa de Oro. Un día me había dicho: “El Uruguay nunca más va a poder hacer un campeonato del mundo. No tenemos economía para organizar un campeonato de esas características.” Esto lo recordé mucho cuando Corea, que hoy es una potencia, compartió con Japón esa organización. Me decía: “Ahora secumplen cincuenta años del primer campeonato y tenemos una oportunidad única”. De ahí surge esa creación que el Gobierno militar de la época mira con hostilidad y la Asociación sí miró con simpatía, pero todo lo que provenía de él de inmediato generaba suspicacia, porque como a todos los individuos de esa capacidad excepcional y brillo, le acompañaban la gloria y el aplauso tanto como la oposición, el rumor y la envidia. Ante aquello que concebía Cataldi, de inmediato todo el mundo imaginaba que de alguna manera iba a beneficiar a Peñarol, aunque no era el caso. Solitariamente él siguió transitando por esa idea. Un día me dice: “¿No me acompañás a Italia? Voy a ver a un señor Berlusconi, que compró una estación de televisión en Montecarlo y quiere establecer una competencia en esta materia. Está precisando un gran espectáculo y, según me dicen, es el único hombre que podría financiar la Copa de Oro.” Y bueno, allá se fue. Luego de algunos días vuelve y me dice: “Tú te lo perdiste. Hubieras disfrutado más que yo, porque este hombre tiene una colección de cuadros monumental. Se compró un monasterio al lado de la casa para colocarla. De verdad, te hubieras divertido más que yo, pero te lo perdiste.” Le pregunto: “Pero, al final, arreglaste el asunto?” “Sí, sí”, me contestó y agregó: “La estación de televisión de él va a financiar todo”. Ese fue mi primer conocimiento de este personaje hoy tan resonante —por tantos motivos— en la vida internacional. Y así surgió ese invento increíble de la Copa de Oro que trajo a las figuras más importantes del fútbol mundial de aquel momento: Paolo Rossi, Antonioni, Maldini, Rummenigge, Maradona, Sócrates, etcétera, en un espectáculo que resultó realmente muy particular.

Asimismo, Cataldi imaginó operaciones increíbles, como la famosa transferencia de Morena. En lo personal, me tocó luego vivir buena parte de las peripecias de ello, pues tuve que ir a cobrar a Madrid un vale del Rayo Vallecano; el mercado era bastante distinto en aquel entonces y recuerdo la cara de piedad con que me miraron en un Banco cuando aparecí con una letra de U$S 1:000.000 del Rayo Vallecano. En fin, luego de aquello y de aquel milagro, vino lo otro: volver a traer a Morena y armar aquella campaña nacional en la que se movió un pueblo entero.

Simplemente destaco estos aspectos porque son expresión de quien fue una figura singularísima del país, del mejor país, de esas familias originadas en la inmigración. Él estaba casado con una maravillosa gallega; era hijo de italianos y estaba orgulloso de su origen humilde, modesto, y de lo que fue su trayectoria, que le permitió, en la vida política, deportiva, cívica y social, ser esa figura exclusiva e inigualable que aún hoy sigue despertando tantas inquietudes, admiraciones y curiosidades. Por todo esto he querido en el día de hoy compartir estos minutos con los señores senadores, para recordar no solo a esta figura, sino también lo que pueden la creatividad y el talento aún en un país de dimensiones económicas reducidas.

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